Entrevista publicada en el blog del periodista Aldo María Valli.
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Volvemos sobre el resultado de las elecciones presidenciales en Argentina, con el triunfo de Javier Milei, el candidato libertario que derrotó a la compañía peronista.
Analizamos este hecho y lo que significa para la Iglesia, con el profesor Rubén Peretó Rivas, docente en la Universidad Nacional de Cuyo e investigador del CONICET.
Profesor Peretó Rivas ¿Cómo explica el resultado de las elecciones del domingo pasado?
El resultado es muy difícil o imposible de explicar. No pueden hacerlo con convicción ni siquiera los analistas políticos, y el propio Javier Milei, para explicarlo, hace referencia a la siguiente cita de I Macabeos 3,19: “La victoria no depende del número de soldados, sino de las fuerzas del cielo”. Yo, que no tengo ninguna cualificación para analizar este tipo de fenómenos políticos y sociales, solamente puedo barruntar algunas ideas.
El motivo más obvio para semejante triunfo de Javier Milei es el hartazgo de la mayor parte de los argentinos de todas las clases sociales, por la descarada corrupción del peronismo, que históricamente se ha dedicado a robar las arcas públicas de un modo obsceno y cuya principal líder, Cristina Fernández de Kirchner, ha sido condenada a 8 años de prisión por robar. Si a este sistema corrupto añadimos que la administración del país ha sido confiada a incapaces desde hace décadas, no es de extrañar que Argentina, un país rico en recursos naturales y en capital humano, tenga en la actualidad a la mitad de su población bajo los niveles de pobreza. Creo que este es uno de los motivos para explicar el triunfo de las elecciones del domingo pasado pero no es un motivo suficiente porque se trató de un triunfo imprevisto y sorpresivo.
La victoria de Javier Milei sorprende por muchos motivos. En primer lugar, porque se trata de un outsider de la política que hasta hace dos años no era más que un economista al que entrevistaban en programas periodísticos de televisión. Es decir, en el término de veinticuatro meses fue capaz de vencer a toda la enorme estructura política partidaria argentina, sin tener él mismo un partido político. Y eso implica, entre otras cosas, vencer al peronismo. Resulta inexplicable que el partido peronista, con su entramado territorial extendido a lo largo y ancho de todo el país, con los recursos del Estado puestos a disposición de su candidato Sergio Massa que dilapidó 3 puntos del Producto Bruto Interno en su campaña política a base de emisión monetaria, haya perdido tan estrepitosamente la elección. No solamente eso. En la última semana todas las corporaciones de la sociedad argentina se expresaron inequívocamente en apoyo del candidato peronista: empresarios, sindicatos, universidades e incluso buena parte de la Iglesia. Pero no fue suficiente. Ni siquiera alcanzó la campaña política más sucia de la historia del país, diseñada por profesionales españoles y brasileños, que recurrieron a las mentiras, al miedo, al espionaje, a las trampas, y que fueron viralizadas por las redes sociales o por las empresas del Estado. Increíblemente, la gran mayoría de los argentinos, aún los más pobres, no se dejaron engañar.
En segundo lugar, resulta inexplicable que el triunfo sea de un personaje como Javier Milei. Hasta los últimos tramos de la campaña se presentaba como un personaje extravagante y con signos bastantes claros de inestabilidad emocional. Veremos si se trataba solamente de una recurso de campaña que le rindió muchos frutos sobre todo entre los jóvenes. Por otro lado, Milei fue simepre muy claro en lo que pretende hacer en su gobierno: ya no habrán más prebendas para sindicados y empresarios con los que siempre gobernó el populismo; no habrán más políticas progresistas; el que quiera comer deberá trabajar y no vivir del Estado; los servicios públicos deberán pagarse al precio que corresponde; es decir, se acabaron todas las políticas clásicas del peronismo. Y terminar con ese festival de dádivas será muy duro: vendrán meses de altísima inflación, fruto de la imprescindible devaluación de la moneda, y de un feroz pero necesario ajuste del gasto público. Quienes votaron a Milei saben todo eso, o lo presumen. Se los dijo él y se los dijo también Sergio Massa, su contrincante político. Y aún así, lo votaron.
Finalmente, es muy sorprendente el margen enorme del triunfo. En los balotajes presidenciales de los países latinoamericanos y de la misma Argentina en la ocasión anterior, las diferencias han sido menores a los 2 puntos. Milei ganó por 12 puntos. Y ganó prácticamente en todo el país, aún en aquellas provincias más pobres y postergadas. Consecuentemente, la derrota y la humillación del peronismo son descomunales. Eso es muy difícil de explicar y de entender.
¿Qué representa este resultado para la Iglesia?
Hay que decir que tanto el nuevo presidente como la vicepresidenta son personas religiosas. Milei es católico e hizo sus estudios en colegios católicos. Sin embargo, en los últimos años se acercó al judaísmo. Una cosa más bien extraña puesto que no es habitual en Argentina. Tiene como inspiradores y maestros a rabinos judíos americanos del grupo jasídico Jabab-Lubavitch y, aunque no se ha convertido públicamente a la fe de Israel, es muy cercano a ella y notablemente piadoso con respecto a las enseñanzas de la Torah.
La vicepresidente Victoria Villaroel, es católica practicante y feligresa de la misa tradicional. Su círculo de amistades y relaciones son sobre todo familias de larga tradición católica conservadora o tradicionalista. Su discurso en cuestiones centrales para la fe ha sido muy claro y constante. Por ejemplo, propone un plebiscito para derogar la ley del aborto, derogar la educación sexual de las escuelas y acabar definitivamente con la ideología de género enquistada en todas las estructuras del Estado.
Todos estos pronunciamientos, que deberían encontrar adherencia por parte de los obispos y religiosos, suscitan más bien el efecto contrario. Es que muchos de ellos jugaron descaradamente por el triunfo del peronismo, bien por convicción, bien porque esas eran las órdenes que venían del Vaticano.
Pero los obispos argentinos no son de la estirpe de Mons. Strickland. Se acomodan rápidamente a las circunstancias según más les convenga. Por eso, creo que pocos se mantendrán en una postura claramente contraria al próximo presidente. No lo harán por convicción; lo harán por conveniencia.
Afinemos la pregunta. ¿Qué representa el resultado para Bergoglio?
En las redes sociales de todo el universo católico argentino comenzaron a circular desde el momento mismo en que se conoció el triunfo de Milei mensajes afirmando que la mejor noticia era que Bergoglio no viajaría a Argentina como había prometido hacerlo… si ganaba el candidato del peronismo. “Bergoglio ¡ni el polvo de tus huesos la América tendrá! ¡Jamás volverás!”, decía alguno de esos mensajes.
El Papa apostó por el triunfo peronista; y dijo casi explícitamente que no había que votar a Milei. Además, instruyó a sus sacerdotes y obispos más cercanos para que hicieran campaña abiertamente en favor de Massa. Los videos de las misas celebradas por obispos y sacerdotes en las zonas más pobres de Buenos Aires advirtiendo a los fieles durante las homilías de no votar a Milei están en las redes.
Tal oposición de la Iglesia a Javier Milei resulta comprensible por la adscripción liberal del nuevo presidente, siendo la Iglesia argentina tradicionalmente corporativista y nacionalista, como bien lo ha demostrado Loris Zanatta, profesor de la Universidad de Bolonia. Pero también se entiende porque Milei fue muy crítico de Francisco en varias ocasiones. Por ejemplo, lo llamó “representante del maligno en la tierra” y “divulgador del comunismo”; y uno de sus colaboradores más cercanos pidió romper relaciones diplomáticas con el Vaticano. Es decir, La Libertad Avanza, el partido de Milei, es un partido confesamente antibergogliano. Que se entienda que el encono no es con la Iglesia católica ni con el cristianismo; es contra el Papa Francisco. Por tanto, el triunfo de un candidato de estas características ha sido fuerte cachetazo a Bergoglio, que constata lo que todos sabemos: los argentinos no quieren al Papa Francisco. Desde hace años, cuando aparecen noticias sobre Bergoglio en los diarios y portales de noticias, los administradores suelen cerrar los comentarios por el modo mordaz e irrespetuoso con que es calificado por los lectores. Muchos podían pensar que ese rechazo venía solamente de la case ilustrada que lee y comenta en los diarios. Ahora se ha demostrado que el fuerte rechazo existe en todos los estratos sociales. Por eso mismo, y a pesar de lo que puedan decir circunstancialmente el mismo pontífice o los periodistas que le son cercanos, creo que Bergoglio jamás vendrá al país porque su viaje sería un fracaso.
Pero más allá de la persona del pontífice, los resultados de las elecciones demuestran un hecho que los católicos no podemos más que lamentar: el Papa y la Iglesia no tienen ya ninguna relevancia en la sociedad argentina. La palabra de los obispos y sacerdotes no tienen gravitación alguna; nadie las escucha —ni siquiera los de su propio gremio— y nadie les hace caso. La Iglesia argentina es la sal que perdió su sabor. Y ya sabemos lo que aconseja hacer el Señor con la sal insulsa.
¿Qué cosa cree Usted que cambiará en las relaciones entre el gobierno y la Iglesia?
Estimo que las relaciones serán frías, y probablemente sean agresivas por parte de los sacerdotes más ideologizados, los “curas villeros”, nucleados en las zonas pobres de Buenos Aires. Sin embargo, lo cierto es que la mayor parte del bajo clero, sobre todo los sacerdotes más jóvenes, están hartos de Bergoglio y ese rechazo se traslada a todo lo que el Papa apoya. Por eso mismo, creo que el presidente Milei les resultará simpático. No veo que haya conflictos en esos casos.
Los obispos, por su parte, necesitan de las prebendas del Estado, y entonces harán equilibrios. El problema más grave y acuciante que tienen en lo inmediato es la subvención a la educación católica. El 20% de todas las escuelas del país pertenecen a la Iglesia. Eso implica que dos millones y medio estudiantes concurre a instituciones de la Iglesia. La mayoría de estos colegios reciben subsidios del Estado, al que le resulta más barato financiar la educación privada que absorber ellos mismos esa enorme cantidad de niños y jóvenes en el sistema estatal. Sin embargo, en el último año y fruto de la crisis económica, esos subsidios se han reducido y el gobierno peronista impedía a los colegios aumentar las cuotas que pagan las familias. En consecuencia, varios colegios privados han debido cerrar sus puertas y el resto acumulan grandes deudas. Los obispos y las congregaciones religiosas necesitarán de buenos oficios ante el nuevo gobierno para solucionar esta situación: recibir los subsidios atrasados y permitir que las cuotas mensuales se acomoden a la realidad., Será, una vez más, el vil dinero el que moderará el populismo episcopal.
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