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Abandono de la fe y de la Iglesia católica. ¿Por qué?

J.M. López Vega

¿Por qué nuestras iglesias se están convirtiendo en departementos de lujo, bares y restaurantes?

Tenemos como ejemplo reciente la Iglesia de la Santísima Trinidad, de Boston, en Estados Unidos, que la han vendido y ahora la han convertido en un edificio de departamentos de lujo. Pero no es un caso aislado. Lo mismo sucede en muchas iglesias, algunas de ellas muy antiguas y de gran tradición -donde recibieron los sacramentos innumerables católicos y santos- por toda Europa.

La venta de iglesias, monasterios, o edificios eclesiales, se está convirtiendo en un negocio muy redituable para los jerarcas de las diócesis o arquidiócesis. Lo que se edificó en decenas o cientos de años, con el sacrificio y apoyo de miles de fieles, ahora se vende, se trasforma o se destruye en cuestión de meses.

No podemos negar que faltan fieles en nuestras iglesias. La apostasía, el abandono de los fieles, se he convertido en moneda corriente en nuestros días. Cada vez hay menos católicos practicantes; y los que así se denominan, la mayoría son sólo de nombre.

Pero ¿Por qué sucede esto? ¿Cuál es la razón por la que los católicos abandonan la Iglesia?

La respuesta no es sencilla, pues intervienen en este hecho múltiples factores. Sin embargo, las podemos congregar en tres grupos: causas debidas a los fieles, las debidas al clero, y las que tienen que ver con los cambios en la Doctrina.

En cuanto a los fieles, parece que la más importante se refiere a la ausencia o deficiente educación religiosa en la familia. Con la incorporación de las mujeres en el campo productivo, la familia ha sufrido un tremendo golpe, en lo que se refiere a la educación religiosa de los hijos. Por una parte, la familia tradicional, nuclear, la que se compone de padre, madre e hijos, donde los padres se unen para toda la vida, está desapareciendo, fruto de innumerables factores sociales y de ataques muy bien organizados y efectivos, por quienes pretenden destruirla. Si una familia se desintegra o es disfuncional, los primeros que sufren las consecuencias negativas son los hijos. Y si las familias en general están rotas o son disfuncionales, no podemos esperar que eduquen a buenos hijos y buenos católicos. Una sociedad estable y armónica no es posible con familias inestables y conflictivas. Menos aún con familias en las que los hijos reciben solo ejemplos de violencia o inmoralidad, y, sobre todo, sufren la ausencia de la enseñanza religiosa. Y sin esta formación religiosa no tendremos ciudadanos honestos y responsables, conscientes del verdadero sentido de la vida, que quieran ganar el Cielo… Con sus meritorias excepciones, las familias que se dicen católicas, pero que no viven su fe, difícilmente lograrán que sus hijos sean cabalmente católicos.

No estamos diciendo que la mujer deba necesariamente volver al hogar, a dedicarse a educar a los hijos, pero sí es un escenario deseable. Generalmente la madre es la que aporta la mayor dosis de unidad, armonía y religiosidad en la familia. Si falta la madre en el hogar, los hijos quedan huérfanos espiritualmente. Claro que también hay sus muy honrosas excepciones, donde las madres compensan la falta de tiempo dedicado a sus hijos, con horas de calidad, intencional y sistemáticamente planeadas para educarlos cristianamente.

En cuanto a los sacerdotes y religiosos que atienden directamente a los fieles, hay también un buen número de causas que repercuten el en abandono de la Iglesia por parte de los fieles. Una buena parte de los sacerdotes que conocemos en este tiempo, se han convertido en una especie de “profesionistas” que solo cuando están en el templo actúan como sacerdotes, pero fuera de él, o en el tiempo que no tienen tareas de enseñanza o de apostolado, se comportan como ciudadanos comunes. Pocos son los sacerdotes de tiempo exclusivo para la Iglesia, que están día y noche laborando por y con sus fieles en pos de la salvación de sus almas. Son los que conocen a la mayoría de sus fieles, se relacionan con ellos, organizan grupos de catequesis, y, sobre todo, dedican buen tiempo a la oración.

Una función que está sumamente descuidada por sacerdotes, religiosos y también por los feligreses es precisamente la enseñanza de la Doctrina. ¿Cómo queremos que los fieles amen a Dios si no lo conocen, o lo hacen apenas superficialmente, y sólo cuando van a hacer la Primera Comunión o se preparan para el Matrimonio? La catequesis es una enseñanza primordial en todas las edades. Es una condición para que los fieles se conviertan en buenos católicos, pues nadie ama lo que no conoce.

Si a la atención impersonal del sacerdote, añadimos los casos en que tienen ocupaciones más importantes que su ministerio, no podemos esperar otra cosa que el abandono de los fieles. Más aún si dan ejemplos indignos de cualquier sacerdote o religioso. Y si a eso sumamos que la prensa tiene preferencia por las noticias amarillistas, o entre sus lineamientos el acentuar cualquier mal ejemplo de los sacerdotes (por ejemplo, la homosexualidad y la pedofilia), entonces la feligresía no solo se desilusiona de quienes deberían de ser sus ejemplos y guías espirituales, sino que reaccionan con el rechazo, o en el mejor de los casos, con indiferencia. Y no debe extrañarnos que pronto se alejen de la Iglesia.

¿Y qué pasa con la doctrina? Este es un problema mayúsculo. Porque en las últimas décadas se ido cambiando poco a poco, hasta hacerse irreconocible por quienes vivimos mejores tiempos. Ahora se nos habla de salvar el planeta, pero se omite la salvación del alma. No es que el planeta no nos importe, pero es una tarea secundaria para un católico. Si además nos dicen que en cualquier religión puedes alcanzar la salvación, y que no es necesario ya evangelizar, entonces nos dejan desarmados. Siempre hemos creído que la Iglesia Católica tiene un origen divino, pues fue creada por el Hijo de Dios, y que fuera de ella no hay salvación. Este es un problema mayor para un verdadero católico, que quiere permanecer firme en la fe. Entonces nos preguntamos si la Redención tuvo algún sentido. Y es fácil concluir que practicar la religión católica es algo opcional y secundario. Ya estamos a un paso de la apostasía.

Tenemos que hacer algo. Empezando por defender la Doctrina de la Iglesia de Siempre, con sus dos pilares de Revelación: las Sagradas Escrituras y la Tradición. Y luego pedir a nuestros sacerdotes que cumplan con su misión, ayudarles, y rezar por ellos, y finalmente, procurar que nuestras familias sean verdaderamente católicas, donde la religión se enseñe a los hijos, y todos juntos la practiquemos.

Y sobre todo, rezar, rezar mucho a Nuestro Señor y a su Santísima Madre, por la Iglesia, por todos los fieles congregados alrededor de Ella, y por los que no la conocen, para que Dios les conceda la conversión, y sean partícipes de la herencia que Jesucristo nos ha dejado: la Patria Celestial.

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Aldo Maria Valli:
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