Jornada mundial contra el aborto / Los falsos pastores y su lenguaje. La obligación de desenmascarar la mentira
Cari amici di Duc in altum, José Arturo Quarracino mi ha fatto una sorpresa: ha tradotto in spagnolo il testo del mio intervento tenuto a Spiazzi per la Giornata mondiale contro l’aborto.
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Queridos amigos de Duc in altum, les presento el texto de mi intervención el sábado pasado en Spiazzi (Verona), en ocasión de la Jornada mundial contra el Aborto, por iniciativa de la Confederazione dei Triarii y con la coordinación de Massimo Viglione.
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El 5 de febrero de 2017, durante el Ángelus dominical, el papa Francisco recordó que ese día se celebraba la Jornada por la Vida (la jornada anual que se celebra a principios de febrero, desde 1978, por iniciativa de los obispos italianos) y la saludó con unas palabras que merecen ser recordadas.
El Papa dijo: «Hoy, en Italia, se celebra la Jornada por la Vida, sobre el tema “Mujeres y hombres para la vida en la línea de santa Teresa de Calcuta”. Me uno a los obispos italianos en el desear una valiente acción educativa a favor de la vida humana. ¡Toda vida es sagrada! Llevemos adelante la cultura de la vida como respuesta a la lógica del descarte y a la caída demográfica; estemos cercanos y juntos rezamos por los niños que están en peligro de interrupción del embarazo, como también por las personas que están en el final de su vida —¡toda vida es sagrada!— para que nadie sea dejado solo y el amor defienda el sentido de la vida».
Ustedes se preguntarán: ¿qué hay de extraño en ese conciso mensaje? Alguien, maliciosamente, podría responder que lo extraño es que el papa Francisco haya dicho algo en línea con la doctrina católica. Pero lo extraño no es eso. El detalle que hay que destacar es de naturaleza lingüística. El pontífice, de hecho, creo que por primera vez, en un texto oficial de un Papa, utilizó en lugar de la palabra aborto la frase «interrupción del embarazo», exactamente la misma frase utilizada durante décadas por los abortistas y por la industria del aborto.
Sabemos muy bien que una técnica a la que recurren alegremente los ideólogos de todo tipo es la de modificar el lenguaje. Y la expresión «interrupción voluntaria del embarazo», abreviada IVE, es precisamente un ejemplo de esta técnica. Ya no se nombra la cosa en sí, para eliminarla de la mente y del corazón. Pero el católico no puede hacer suya esta técnica perversa. Y, en cambio, aquel día de febrero de 2017, la expresión «interrupción del embarazo» apareció en boca del Papa, el mismo Papa, al fin y al cabo, bajo cuyo reinado se utiliza ahora habitualmente el acrónimo Lgbtq+ para referirse a las personas homosexuales, bisexuales, transexuales, queer, etcétera, etcétera.
Alguien podría decirme: «Pero estás mirando el pelo en el huevo». Pero no es así. Y para subrayarlo utilizo palabras no mías, sino de otro Papa, Juan Pablo II, que en su encíclica Evangelium vitae de 1995 (dedicada al valor y la inviolabilidad de la vida humana) escribió: «Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de “interrupción del embarazo”, que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento (Evangelium vitae, n. 58).
Lo repito: la expresión «interrupción del embarazo» no pertenece al católico. Pertenece al lobby abortista, que también está lingüísticamente comprometido con desviar la atención de la realidad misma.
Si lo pensamos bien, la expresión «interrupción del embarazo» es especialmente ofensiva y mentirosa, porque la vida del no nacido no se «interrumpe» con el aborto: se termina definitivamente. El embarazo se interrumpe, pero la consecuencia de la interrupción es la muerte del niño. Se trata de un homicidio, porque la vida de ese niño inocente, después de la interrupción del embarazo, jamás podrá reanudarse.
El uso por parte del Papa Francisco de un cierto tipo de lenguaje no realista, y por tanto no católico, refleja desgraciadamente la convergencia sustancial entre la visión actual de la cúpula vaticana y el movimiento internacional para el control de la población.
Recordemos que el papa Francisco se declaró «gratificado» por los Objetivos del Desarrollo Sostenible de la ONU que piden el «acceso universal a la salud sexual y reproductiva» para 2030. Y aquí estamos nuevamente frente a un uso fraudulento del lenguaje, porque la frase «acceso universal a la salud sexual y reproductiva» es utilizada por las agencias de la ONU, por las organizaciones internacionales y por muchos gobiernos nacionales para promover el acceso universal al aborto y a la anticoncepción.
Recordemos también que el Vaticano ha acogido a muchas de las figuras más influyentes del movimiento para el control de la población, como el profesor Jeffrey Sachs, quien durante el actual pontificado ha asistido por invitación al menos a diez actos vaticanos.
Recordemos también la participación de Paul Ehrlich, defensor del aborto forzoso y de la esterilización masiva, en un evento organizado conjuntamente por la Pontificia Academia de las Ciencias y la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales.
¿Y cómo olvidar que el Pontificio Consejo para la Familia, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud 2016 elaboró un programa de educación sexual que algunos dicen que contiene imágenes obscenas (sinceramente, no he ido a verificarlo) y que de hecho se rinde a la revolución sexual? El psiquiatra Rick Fitzgibbons, profesor de la Universidad Católica de América que ha tratado con niños que han sufrido abusos sexuales por parte del clero y de sacerdotes que los han llevado a cabo, afirmó luego de haber examinado el programa: «Según mi opinión profesional, la amenaza más peligrosa para los jóvenes católicos que he visto en los últimos cuarenta años es el nuevo programa de educación sexual del Vaticano: El punto de encuentro. Curso de Educación Afectivo Sexual para Jóvenes. Me impactaron especialmente las imágenes que contiene este nuevo programa de educación sexual, algunas de las cuales son claramente pornográficas. Mi reacción profesional inmediata fue que este enfoque obsceno o pornográfico abusa psicológica y espiritualmente de los jóvenes».
Tantos otros ejemplos serían posibles. No es casualidad que la línea del actual pontificado en materia de moral haya recibido repetidos testimonios de estima por parte de personas y organizaciones que siempre se han empeñado en combatir a la Iglesia católica.
Antes se ha mencionado el realismo cristiano, que impide ocultar la verdad. Entonces, ¿cómo debería hablar un cristiano? En primer lugar, debería recordar las dimensiones del fenómeno. Según estimaciones prudentes, en el transcurso del siglo XX se perdieron más de mil millones de vidas de no nacidos a causa de la legalización del aborto en la mayor parte del mundo. Una cifra que supera la de las personas asesinadas en todas las guerras de toda la historia de la humanidad. Sin embargo, el papa Francisco, aunque ha hecho alguna mención al aborto en homilías o discursos, nunca ha denunciado esta matanza.
Los documentos de los dos sínodos sobre la familia, todos ellos aprobados por el Papa antes de su publicación, o no mencionan el problema o se refieren a él de pasada, como si detrás de la promoción del aborto no estuviera la destrucción masiva de las personas más vulnerables e inocentes, lo cual constituye un genocidio de proporciones inmensas.
La Exhortación Apostólica Amoris laetitia, que según su subtítulo se supone debería ocuparse del amor en la familia, pero que en realidad fue diseñada para socavar la enseñanza católica sobre la naturaleza de la ley moral, sólo contiene dos referencias fugaces al aborto (en los párrafos 42 y 179), pero en ninguna de las dos hay una condena del aborto como un mal en sí mismo. Dedicar tan poco espacio en un documento sobre la familia a un crimen que tiene como objetivo a los miembros más vulnerables de la familia en el vientre materno refleja un cinismo chocante: significa que el destino de los niños no nacidos simplemente no importa.
Al fin y al cabo, la adhesión sustancial del papa Francisco al pensamiento dominante en el mundo, es decir, a la cultura de la muerte, quedó en evidencia cuando definió a la abortista Emma Bonino, durante décadas una de las principales defensoras del aborto en Italia, entre «los grandes de la Italia actual» junto al comunista Giorgio Napolitano. Una orientación, la de Bergoglio, que ha quedado clara desde 2013, cuando en una entrevista concedida al padre Antonio Spadaro dijo: «No podemos seguir insistiendo sólo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos».
En efecto, lejos de hablar demasiado del aborto, la jerarquía católica calla ahora, salvo honrosas excepciones, ante el mayor exterminio de seres humanos de la historia. O bien se convierte en su cómplice, como cuando monseñor Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, calificó la ley 194 de «pilar de la sociedad» y se cuidó de añadir que «no está en absoluto en discusión».
Durante muchos años, como periodista, traté con el cardenal Carlo Maria Martini, y recuerdo bien su diálogo de 2006 con Ignazio Marino, en ese entonces director del Centro de Trasplantes del Jefferson Medical College de Filadelfia y senador por el Partido de la Izquierda Democrática (el texto de ese diálogo apareció en el semanario l’Espresso).
En algunos puntos, como la inseminación artificial y el comienzo de la vida, Martini se apartó abiertamente de las posiciones que la Iglesia seguía defendiendo entonces y se mostró permisivo y comprensivo con el mundo. Respecto al aborto dijo: «Considero que se debe respetar a toda persona que, quizá después de mucha reflexión y sufrimiento, sigue su conciencia en estos casos extremos, aunque se tome una decisión por algo que yo no siento que apruebe». Y sobre la eutanasia: «La continuación de la vida humana física no es en sí misma el principio primero y absoluto. Por encima de él está el de la dignidad humana».
Esos argumentos se hicieron famosos por una expresión utilizada por el cardenal. Dijo que las cuestiones referidas al nacimiento y al final de la vida son «zonas fronterizas o grises en las que no es inmediatamente evidente cuál es el verdadero bien». Y por ello «es una buena regla abstenerse ante todo de juzgar precipitadamente y luego discutir con serenidad, para no crear divisiones inútiles».
Las «zonas grises», el diálogo con el mundo, el concepto de dignidad humana utilizado instrumentalmente. Encontramos toda la parafernalia ideológica que conocemos bien y que viene de lejos.
Tuve ocasión de decirle al cardenal que no estaba de acuerdo con él en estos puntos. Me respondió que, para enfrentarse al mundo, no sirve de nada seguir con prohibiciones y noes. Mejor formar las conciencias, enseñar a discernir, ofrecer motivaciones profundas para apoyar las buenas acciones.
Ya entonces me pregunté cómo se podrían perseguir estos objetivos si no fijamos puntos firmes, si renunciamos a lo que Benedicto XVI llamaba los «principios no negociables», empezando por la vida humana.
Cuando el cardenal Martini se puso en una posición de duda, o al menos en una posición problemática, respecto a los absolutos morales, en mi humilde opinión abrió la puerta, o más bien la abrió de par en par al relativismo, pero al menos lo hizo con cierto estilo. Hoy sólo tenemos la caída, sin siquiera el estilo.
Cuando se habla de «principios no negociables», los llamados «católicos adultos» (para el copyright, diríjase a Romano Prodi, año 2005) sonríen, como si se hablara de algo prehistórico. Para ellos, antes de cualquier principio está el diálogo con el mundo. De hecho, el diálogo es el verdadero y único principio absoluto. Pero ya hemos visto a lo que nos ha llevado la dogmatización del diálogo llevada a cabo por los católicos antidogmáticos.
El «católico adulto» rechaza los principios no negociables por ser contrarios a la esencia de la democracia. Por lo tanto, sólo hay una opción posible: confiar en la ley de la mayoría, contra la que no puede oponerse ningún principio.
Es evidente que no hay nada católico en tal postura. Lo dramático es que los hombres de Iglesia (lo que un colega mío vaticanista llama los «cato-fluidos») la han hecho suya, tácita o explícitamente.
Cuando declaro mi «no» claro y no negociable al aborto, los cato-fluidos me acusan de querer imponer un punto de vista confesional, incompatible con el laicismo. Desde hace años intento explicar que un principio no negociable lo es no porque sea confesional, sino porque es razonable, porque se inspira en el principio de realidad. No hay nada confesional en afirmar que no se debe suprimir a un niño muy pequeño en el vientre de su madre y que si lo descuartiza se comete un asesinato. Es una afirmación basada en el principio de realidad y, por lo tanto, es razonable. Pero quien es víctima de la ideología no reconoce la realidad. Sólo reconoce su propia visión de la realidad. Y si la realidad no se corresponde con su visión, es la realidad la que está equivocada (y, por lo tanto, la que hay que modificar), no su visión.
Lo que se hace pasar por laicismo es en realidad la nueva religión fundada en el individuo absoluto y en la afirmación de sus deseos, incluidos los más perversos y autodestructivos. Una religión que, a diferencia de la católica, no tiene nada de razonable, sino que es un fideísmo ciego.
Añado una nota sobre la intención de oración del Papa para este mes de septiembre de 2024: «Recemos por el grito de la Tierra» propone Bergoglio, escribiendo Tierra con mayúscula. Una invocación que no puede ser más ideológica, porque ese supuesto grito no sabemos qué es y si existe. En cambio, un grito muy real es el de millones de criaturas asesinadas por el aborto voluntario antes de que puedan ver la luz. Pero en la Iglesia de hoy este grito está silenciado.
Frente a todo esto no nos queda más remedio que combatir con todos los medios. Dejemos el dogma del diálogo a los cato-fluidos. Y vayamos a la batalla, dispuestos al sacrificio.
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Spiazzi (Verona), 7 de setiembre de 2024
Publicado originalmente en italiano el 9 de setiembre de 2024 en Duc in altum.
Traducción al español por José Arturo Quarracino