Traición en el gobierno de la Iglesia católica y vicio de intención en la asunción del papado

por monseñor Carlo Maria Viganò

En su artículo publicado en La Verità el 1 de septiembre, Boni Castellane, hablando de Jorge Mario Bergoglio, se refirió a su «duplicidad como praxis» y a la «preeminencia de la pastoral sobre la teología», partiendo de un reciente discurso de Bergoglio en el que definía como «pecado grave» la no acogida de las hordas de inmigrantes ilegales islámicos que están invadiendo y «mestizando» los países europeos por cuenta de la élite globalista.

Es difícil oír a Bergoglio hablar de pecado, al menos en la acepción teológica del término, que presupone la violación de la Ley de Dios y la pérdida del estado de Gracia que es lo único que permite al alma la salvación eterna. Y Boni Castellane subraya con razón cómo tristemente famoso «¿quién soy yo para juzgar?» suena en contradicción con estas posturas ideológicamente orientadas.

En realidad, la operación, iniciada con el Concilio Vaticano II y llevada ahora hasta sus extremas pero consistentes consecuencias, sigue servilmente otros experimentos de ingeniería social ya aplicados con éxito en el ámbito civil. La Iglesia profunda utiliza a la Iglesia como un «contenedor» que, luego de haber sido vaciado de su esencia en las últimas décadas, hoy Bergoglio llena con las exigencias de la ideología globalista -revolucionaria y, por tanto, anticristiana- y a la que adapta a la fuerza también el lenguaje de la teología católica, desnaturalizándolo.

La autoridad del Romano Pontífice es vicaria de la autoridad de Cristo y extrae su legitimidad de su conformidad con esta realidad ontológica. Por el contrario, la autoridad de Bergoglio se proclama abiertamente independiente y autorreferencial: él piensa que puede usar y abusar de su propio poder y de la autoridad (y liderazgo) de la Iglesia católica simplemente porque sabe que el clero y el pueblo cristiano se han acostumbrado, en los últimos sesenta años, a aceptar cualquier cambio que les impuso la Autoridad. En nombre de una «democratización» de la Iglesia conciliar -actualmente rebautizada como «sinodalidad»- se ha roto el vínculo entre la autoridad de Cristo y la de su vicario en la tierra, creando así las premisas para el ejercicio tiránico del poder. Bergoglio quiere ser reconocido como Papa legítimo porque sólo desde esa posición puede exigir obediencia a los católicos y completar la transformación del catolicismo romano en la Religión Masónica de la Humanidad.

Recurrir al término pecado grave en un contexto sociopolítico constituye una de las principales aplicaciones del neolenguaje orwelliano aplicado a la religión. Fue el Concilio el primero en utilizar un lenguaje deliberadamente ambiguo y equívoco, sustituyendo la claridad y el carácter inequívoco de la exposición aristotélico-tomista y sirviendo de soporte a los errores y a las desviaciones doctrinales de los que Bergoglio es un celoso defensor. Por eso me parece absurdo que haya católicos conservadores que no entiendan que reconocer a Bergoglio como Papa, al tiempo que lo critican y acusan de herejía, sirve principalmente a sus intereses. Si es Papa, no puede ser juzgado por nadie; pero si se ha valido de la malicia para ser Papa y destruir la Iglesia, no es Papa y nunca podrá ser reconocido como tal.

Castellane cree que definir como «pecado grave» a la regulación legítima de los flujos migratorios sirve para «llamar al orden» a los católicos de «derecha»: pero la cuestión es mucho más grave.

En primer lugar, porque el ejercicio de la autoridad no puede estar marcado por la «duplicidad», desde el momento que es precisamente la duplicidad del gobierno la que es indicativa de su corrupción. Los casos de absoluta complacencia ante los crímenes de prelados amigos son indicativos de parcialidad y complicidad, especialmente si se comparan con la severidad hacia los obispos que denuncian el golpe en la Iglesia.

En segundo lugar, porque el fenómeno migratorio es cualquier cosa menos espontáneo y accidental, y responde a un plan muy preciso de disolución del Occidente cristiano mediante la invasión de islamistas violentos, a los que las instituciones cómplices conceden impunidad, protección y subvenciones. El plan de sustitución étnica teorizado por Kalergi y abrazado por los líderes globalistas quiere utilizar el malestar social, la delincuencia, la violencia y la degradación para provocar la reacción de la población invadida -como está ocurriendo en el Reino Unido, en Irlanda y en Francia, por ejemplo- y tener así un pretexto para imponer nuevas formas más radicales de control social. A partir de estas restricciones podría derivarse posteriormente una mayor reducción de la visibilidad de los católicos, en nombre de la inclusividad y de los delirantes preceptos de la ideología woke.

Frente a la evidencia de este proyecto criminal, la colaboración de la «Jerarquía Católica» constituye una actitud suicida de una gravedad sin precedentes, porque se hace cómplice de una acción deliberadamente hostil de enormes proporciones. Este servilismo de la Iglesia al mundo es ansiado y premeditado: incluye el apoyo al fraude climático y el culto idolátrico a la Madre Tierra, después de haberse explicitado con el criminal fraude psico pandémico y la «vacunación» masiva con sueros probadamente nocivos, incluso mortales y casi siempre esterilizantes, producidos con fetos abortados con el placet vaticano. Es evidente, pues, que el rol de Bergoglio en la implantación del infierno globalista fue decisivo y nos muestra cómo el jesuita argentino -al igual que los líderes de los principales países occidentales como Biden, Macron, Trudeau, Starmer y otros- fue colocado en el Trono de Pedro como emisario del Foro Económico Mundial.

Semejante traición en el gobierno de la Iglesia católica confirma un vicio de intención en la asunción del Papado, tal que invalida la legitimidad misma de quien usurpó el poder y abusa de él para destruir la institución que preside. Este es el quid de la cuestión: ¿puede un Papa contradecir la doctrina que Nuestro Señor le ha ordenado defender, custodiar y transmitir, llegando a predicar la herejía? ¿Puede un Papa considerarse tan desvinculado de Cristo Rey y Pontífice, como para utilizar el Papado en contra de la voluntad de Cristo, transformando a Su Iglesia en una organización anticristiana y anticrística, sierva de la élite globalista? ¿De cuál «Iglesia» Bergoglio es «Papa»?

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Publicado en italiano el 10 de setiembre de 2024, en Duc in altum

Tomado de Exsurge Domine

Traducción al español por José Arturo Quarracino

 

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