¿Testigos de un epílogo?/1

por Fabio Battiston

Primera parte

Desde hace algún tiempo, una parte del catolicismo mundial -la más perspicaz y sensible o la más intolerantemente retrógrada y reaccionaria, según el punto de vista- vive un profundo parto espiritual, pero también ético y cultural, frente a la fase histórica que está viviendo la Iglesia católica temporal. Es un grupo de creyentes, más allá de las etiquetas que cada uno pueda ponerles, objetiva y trágicamente minoritario en un mar de indiferentismo religioso que hoy une a ateos-agnósticos y creyentes, laicos y consagrados, masones y benedictinos. A este meta-pueblo bochornoso, a lo sumo, le encanta reconocerse en ese sincretismo (o sincretinismo, como solía definirlo Prezzolini) que abraza toda “fe” presente en este planeta, alimentando esa Nueva Religión Universal que el actual pontífice -basta ver las atrocidades que propuso en su último viaje al Lejano Oriente- está promoviendo en todas las latitudes.

En este escenario, el llamado (o autodenominado) tradicionalismo católico se enfrenta, debate y a veces choca en un ágora real y virtual donde residen las más diversas posiciones -sedevacantismo, sedeprivacionismo, conclavismo- y en el que se plantean las mismas preguntas dramáticas: ¿Francisco es un Papa legítimo? ¿Es una crisis en la Iglesia o de la Iglesia? ¿Debemos permanecer en esta barca de Pedro o, siempre fieles al Dios Trinitario, combatirla desde afuera? ¿Cómo podemos detener o debilitar la deriva secular, apóstata y neopagana que parece triunfar en todos los niveles de la Iglesia católica? Sobre estos y otros temas, los visitantes habituales de Duc in altum conocen bien mis opiniones y posiciones; no repetiré lo que vengo diciendo desde hace algún tiempo. Por el contrario, en esta contribución me interesa invitar al lector a analizar un tema que, más allá de las diferentes y a menudo contradictorias tesis de los debates en curso, quiere examinar una simple pero al mismo tiempo inquietante hipótesis: ¿Y si fuéramos, aquí y ahora, testigos directos del epílogo, trágico pero también sabemos que temporal, de una fase histórica de la vida de la Iglesia en esta tierra?

Ciertamente, sólo la posteridad podrá confirmar o negar la fiabilidad de tal escenario. Sin embargo, quisiera proponer algunas consideraciones capaces, creo, de suscitar una reflexión sobre la siguiente posibilidad: ¿Cuánto y cómo, hoy, la situación de la Iglesia católica en su conjunto parece confirmar la realización de un objetivo concebido hace mucho tiempo por sus enemigos con claridad y premeditación?

Lo hago con la ayuda de dos figuras autorizadas, que no podrían ser más diferentes, y de dos de sus famosas obras que tuve la oportunidad de leer, por el módico precio de cuatro euros, mientras revisaba hace un tiempo un puesto de libros usados. Me refiero a Pío IX -una espléndida biografía del período papal de Giovanni Maria Mastai Ferretti, escrita por el profesor Roberto de Mattei (Piemme, 2000)- y a la Sombra de Dios, un testamento laico-espiritual escrito algunos años después la muerte de esa alma permanentemente inquieta (por decirlo en palabras de Eduardo) de Giuseppe Prezzolini (Rusconi, 1984). Me ocuparé del texto de De Mattei en esta primera parte, confiando el análisis del libro de Prezzolini a una segunda contribución, en breve.

En algunas de sus partes, la obra de de Mattei nos ofrece una crónica fiel de los dramáticos acontecimientos -más tarde definidos, acertada o erróneamente, como el “Resurgimiento”- que condujeron a la unificación de Italia, al fin del Estado Pontificio y al poder temporal del Papa. Una historia de la que el Beato Pío IX fue al mismo tiempo testigo y luchador, símbolo y víctima.

Leídos a la luz de la situación actual de la Iglesia, esos hechos y los personajes que fueron protagonistas cobran una relevancia particular y, en algunos casos, digna de ser utilizada para modificar no pocas páginas de muchos libros de historia adoptados en las escuelas (¿y quién tendrá la valentía de hacerlo?). Citaré al respecto algunos pasajes de la obra, ofreciendo al mismo tiempo una interpretación personal. El primero de ellos es bastante famoso y contiene pasajes de un texto escrito para los seguidores de una secta revolucionaria. Probablemente varios lectores de Duc in altum ya habrán oído hablar de ello, justamente en las columnas del blog. Sin embargo, considero que es útil volver a proponerlo no sólo por su extrema actualidad (y para quienes nunca han oído hablar de él) sino también como uno de los elementos que, en este y el siguiente aporte, pretendo aportar para sustentar mi razonamiento inicial.

Estamos en los primeros años de la década del siglo XIX y los “frutos” de 1789 están madurando violentamente. Más allá de los objetivos más estrictamente político-institucionales, los revolucionarios europeos e italianos apuntan a lo que consideran que es su enemigo más importante y odiado; un enemigo basado en cuatro formidables pilares que deben ser eliminados para siempre: el catolicismo, la Iglesia, el papado y el Estado pontificio. Por encima de este plan, sin embargo, está el objetivo fundamental: eliminar la idea misma de Dios en el alma de cada persona y en toda la historia humana. Su lugar lo ocupará el Hombre-Dios, protagonista absoluto de un nuevo humanismo positivista, materialista y pagano. Para alcanzar estos objetivos trabajan varias organizaciones, en primer lugar la masonería internacional. En Italia su acción se lleva a cabo no sólo directamente sino también a través de estructuras hermanas, como la mazziniana Carboneria que, aunque la más conocida, no es la única; junto a ella está Alta Vendita, una organización dirigida por un misterioso aristócrata italiano. Pero esto es lo que escribió Nubius (este es el seudónimo del esquivo revolucionario) en un documento confiscado por la policía pontificia a los conspiradores en 1817; es una instrucción secreta permanente dada a los miembros de la secta Alta Vendita:

Lograr con pequeños medios, bien graduados, aunque nunca definidos, el triunfo de la idea revolucionaria a través del Papa (…) el trabajo al que nos disponemos no es obra de un día, ni de un mes, ni de un año. Puede durar muchos años, tal vez un siglo: pero en nuestras filas el soldado muere pero la guerra continúa, (…). Lo que debemos buscar y esperar, como los judíos esperan al Mesías, si es un Papa acorde a nuestras necesidades (…).Con esto sólo asaltaremos la Iglesia con más seguridad que con los panfletos de nuestros hermanos de Francia y con el oro mismo de Inglaterra. ¿Y quieres saber por qué? Porque sólo con esto, para aplastar la roca sobre la que Dios construyó su Iglesia, ya no necesitamos el vinagre de Aníbal, ni la pólvora de cañón, ni siquiera nuestras propios brazos. Tenemos el dedo meñique del sucesor de Pedro involucrado en el complot, y este dedo meñique vale para esta cruzada todos los Urbanos II y todos los San Benito del cristianismo.

No sé ustedes, pero al leer estas líneas por primera vez quedé asombrado. La esperanza de Nubius, probablemente demasiado optimista, no se materializó después de un siglo; fueron necesarios dos, ¡pero al final él y sus seguidores lo lograron! De hecho, está ante los ojos de todos que hoy, para los revolucionarios de todas las latitudes, finalmente hay un Papa acorde a sus necesidades y capaz de guiar al mundo hacia ese nuevo humanismo – humano y ya- único del futuro para esta tierra y sus habitantes. También es interesante advertir el extremo refinamiento de la estrategia propuesta: insertar las toxinas en el cuerpo del enemigo, de tal modo que el líder del partido contrario se convierta en su mejor aliado. Una verdadera y auténtica quinta columna que, en esta primera parte del tercer milenio, está produciendo sus efectos más nefastos para el catolicismo. En este escenario sombrío no hay que olvidar el rol fundamental desempeñado por el llamado catolicismo liberal, que tanto contribuyó -y sigue colaborando activamente- al hundimiento de la fe cristiana en Italia y en el mundo.

También del libro de de Mattei surge otra prueba de cómo los proyectos, diseños y objetivos de los revolucionarios de hace dos siglos se han convertido en una triste realidad; más aún: han traspasado las fronteras de esa Italia -que por deseos masónicos y franco-ingleses tuvo que transformarse, como sucedió más tarde, en una nación laica y políticamente servidora de las potencias europeas-, encontrando hoy su implementación concreta a nivel planetario. Lo siguiente es un extracto de una carta escrita por Mazzini al Papa Pío IX el 8 de septiembre de 1847: “No les diré mis opiniones individuales sobre el futuro desarrollo religioso, poco importan. Le diré que cualquiera que sea el destino de las creencias actuales, Usted puede hacerse cargo de ello (…). Le llamo, después de muchos siglos de duda y corrupción, a ser apóstol de la Verdad Eterna (…). Sea un creyente. Aborrezca ser rey, político, estadista (…). Anuncie una Era: declare que la Humanidad es sagrada e hija de Dios, que quienes violan sus derechos de progreso y de asociación están en el camino del error (…), unifique Italia, su Patria (…), haremos surgir a su alrededor una nación cuyo desarrollo libre y popular Usted presidirá en vida”.

¿Cómo no estar de acuerdo con de Mattei cuando define esta carta como un llamado abierto de Mazzini a la apostasía papal? Si examinamos con más detalle algunas frases del “patriota” genovés, realmente nos estremecemos al pensar en cómo y en qué medida la Iglesia católica (no sólo bergogliana sino la que ha involucionado dramáticamente en los últimos setenta años) está hoy cumpliendo servilmente los dictados revolucionarios. Algunos ejemplos:

Le diré que cualquiera sea el destino de las creencias actuales, Usted puede hacerse cargo de ello.

Aquí está hoy el proyecto bien iniciado de Bergoglio para ser líder de la Nueva Religión Sincretista Universal.

Anuncie una Era: declare que la Humanidad es sagrada e hija de Dios, que quienes violan sus derechos de progreso y de asociación están en el camino del error

¡Aquí está Fratelli tutti (¡no está claro en nombre de qué Dios)! Y luego confianza ciega en el progreso técnico-científico y en sus productos milagrosos, con relativa condena de todos aquellos que se oponen a él. ¡Qué mejor ejemplo ha dado la Iglesia en los años de la vacuna Covid y está dando ahora con la exaltación de la Inteligencia Artificial!

Haremos surgir a su alrededor una nación cuyo desarrollo libre y popular Usted presidirá en vida

La nación mazziniana se ha convertido hoy el mundo; una humanidad globalizada que la Iglesia Católica pretende guiar hacia un gran futuro junto con sus referentes/aliados fundamentales: la ONU, la OMS, la Unión Europea y todos los sujetos -científicos, tecnológicos, financieros y mediáticos- que constituyen lo que desde hace tiempo definimos como el Estado Profundo.

Por último, siempre de la biografía de Pio IX, una última perla extraída de un escrito de Francesco De Sanctis: “La capital del mundo pagano y del mundo católico es muy digna de ser la capital del espíritu moderno. Por tanto, Roma no es para nosotros el pasado, sino el futuro. Iremos allí para destruir el poder temporal y para transformar el papado”.

Dicho y hecho, querido De Sanctis. Y visto que confiar la reforma del papado a un masón como usted hubiera sido un tanto cómico, la Iglesia y el Papa prefirieron reformarse por sí solos… siempre aplicando sus dictados, por supuesto. ¿Está contento?

Si no estamos en la redde rationem, estamos cerca. Nos vemos en el próximo episodio.

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Publicado originalmente en italiano el 12 de setiembre de 2024, en Duc in altum

Traducción al español por José Arturo Quarracino  

 

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