Entrevista de Andrea Caldart con el Arzobispo Carlo Maria Viganò
Andrea Caldart: La Iglesia de Bergoglio parece estar alborotada: muchos fieles siguen viendo que este Papa excomulga a sacerdotes y a otros, porque presentan pruebas de que el papa Benedicto XVI nunca ha renunciado realmente al “munus” petrino. Monseñor Viganò, ¿en qué Iglesia estamos viviendo?
Carlo Maria Viganò: La “iglesia” de Bergoglio no sólo está alborotada: está en pleno delirio. Si esto puede suceder, es precisamente porque ya no es la Iglesia Católica, sino su escandalosa falsificación, y porque en el lugar del Papa en el Trono de Pedro se sienta un tirano hereje y usurpador. La descomposición entre munus y ministerium es un artificio producido por el pensamiento de matriz hegeliana de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI: lo expliqué ampliamente en mi discurso sobre el tema, hablando de un “Papado descompuesto”. Quisiera aprovechar esta oportunidad para reiterar aquí un concepto que considero fundamental: todo ataque a la institución divina del Papado (y, con ello, a la Iglesia) tiene como objetivo último la transformación del poder sagrado del Romano Pontífice, que es Vicario y lugarteniente de la única Autoridad, la de Cristo Pontífice, en un poder de origen humano, según el modelo de las democracias liberales modernas con sistema parlamentario. A esto es a lo que apunta, por otro lado, la doctrina herética sobre la sinodalidad: socava la constitución divina y la naturaleza monárquica de la Iglesia, querida por su divino Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, quien es Rey no sólo de las sociedades temporales, sino también -y sobre todo- de la sociedad religiosa, es decir, de la Iglesia Católica, el Cuerpo Místico del cual Él es Cabeza.
Si Bergoglio fuese Papa, la promesa de una asistencia especial hecha por el Señor al Príncipe de los Apóstoles y a sus sucesores sería infundada y falsa, lo cual es completamente inconcebible, además de contrario a la fe. Por lo tanto, si Bergoglio puede ejercer su propia acción demoledora sobre la Iglesia y difundir sus errores, esto se debe al hecho de que su autoridad ha sido usurpada con premeditación y malicia, y como tal es nula. Se equivocan los que piensan que la crisis comenzó con este “pontificado”: el deseo de manipular el Papado romano se remonta al Concilio Vaticano II, continuó con la encíclica Ut unum snot sint de Juan Pablo II, fue confirmado por la anomalía de la renuncia de Benedicto XVI y Bergoglio la hace suya -en plena coherencia con sus predecesores- con el documento de estudio El obispo de Roma del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Redefinir el Papado “en clave ecuménica y sinodal” es el modus operandi típico de los herejes para disimular detrás de fórmulas vagas una acción deliberadamente subversiva, contraria a la Fe y a la práctica constante de la Iglesia Católica Romana.
Debemos tomar nota del golpe de Estado que fue urdido por la Iglesia profunda y que llevó al poder, hasta la cima de la Jerarquía católica, a las quintas columnas del enemigo, es decir, de la anti-iglesia masónica, de la Sinagoga de Satanás.
Andrea Caldart: A lo largo de los años, Usted ha planteado varias críticas sobre el tema de la transparencia y de la gestión de los problemas internos de la Iglesia. ¿Qué pasos considera indispensables para restaurar la confianza de los fieles?
Carlo Maria Viganò: Lo que usted llama “transparencia” en el lenguaje burocrático encuentra su contraparte religiosa en saber que siempre estamos bajo la mirada de Dios. Nada escapa a Nuestro Señor: ni lo que hacemos, ni lo que vamos a hacer, ni las intenciones que nos mueven. Si los que apoyan a Bergoglio y ratifican su fraude hubieran actuado con esta conciencia, ni siquiera lo habrían admitido en el Cónclave. Para que el golpe de Estado tuviera éxito, era necesario poder contar con una Jerarquía corrupta y chantajeable: la corrupción de la voluntad en la violación de los principios morales fue acompañada por la corrupción del intelecto en la adulteración progresiva de la Fe católica y, aún antes, en el demolición de la filosofía aristotélico-tomista, que como único marco filosófico sólidamente anclado en la realidad y compatible con la Revelación divina debía ser necesariamente eliminado.
La Revolución, en su matriz ontológicamente anticristiana y anticrística, negó el origen divino de la autoridad terrenal, desvinculando a los gobernantes de su obligación de ejercer el poder dentro de los confines del Bien como expresión del supremo Señorío de Cristo. Esto ha hecho que la autoridad -civil y eclesiástica- sea autorreferencial y esencialmente tiránica, pervirtiendo la obediencia cristiana en complicidad servil. Los ciudadanos y los fieles se han encontrado obedeciendo al poder temporal y espiritual incluso cuando traicionaba el fin que le es propio; y desobedeciendo al verdadero y único detentador de la Autoridad, Nuestro Señor, confinado por el secularismo liberal y conciliar a la esfera privada de los individuos. Si no se hubiera roto el vínculo entre Cristo Rey y el Pontífice y sus representantes en la tierra, nada de lo que hemos visto suceder habría sido posible.
A los que sostienen que la acción subversiva de la Jerarquía modernista goza del apoyo y del reconocimiento pacífico y universal del pueblo cristiano, hay que recordarles que sesenta años de adoctrinamiento modernista por parte del clero conciliar -y cincuenta años de anarquía herética y sacrílega en el campo litúrgico- se han normalizado lentamente los errores filosóficos, doctrinales y morales que la Santa Iglesia siempre había condenado y combatido. Los pocos que quieren permanecer fieles a la Tradición deben comprender que estamos en tiempos de persecución y apostasía, y deben organizarse para resistir a los lobos con piel de oveja y a los falsos pastores. En una espléndida parábola, el Señor nos habla de falsos pastores y mercenarios, a los que no les importan las ovejas, y nos recuerda que las ovejas reconocen la voz del Pastor (Jn 10): este es el sensus Ecclesiæ que permite a la Iglesia sobrevivir incluso en la ausencia temporal y en la traición de la Jerarquía.
Andrea Caldart: ¿Cómo valora el estado actual de la Iglesia Católica con respecto a los valores tradicionales y la modernidad?
Carlo Maria Viganò: La Iglesia Católica no tiene nada que ver con la Iglesia bergogliana, que es conciliar, sinodal y ecuménica, pero ciertamente no es católica. Se hace pasar como tal sólo para obtener la obediencia de sus fieles, sabiendo muy bien que es precisamente sobre esta mentira que su jerarquía puede ejercer su poder. Por otro lado, la ficción de una autoridad subversiva que opera en contra de la institución que preside también es replicada por los gobernantes civiles, que son igualmente traidores y usurpadores. Lo que resulta desconcertante es ver cuál es el nivel de ofuscación de las conciencias que ha alcanzado la sociedad, por no saber reaccionar ante la violación de los principios más sagrados e incluso cooperar pasivamente en su propio exterminio físico y moral.
Andrea Caldart: ¿A qué debemos atribuir esta actitud de renuncia, de aplanamiento total de las posiciones ideológicas del mundo moderno, por parte de la Iglesia de Bergoglio?
Carlo Maria Viganò: El afán de complacer la mentalidad del mundo comenzó en el momento en que la Jerarquía, en sus cumbres, dejó de ser una piedra de tropiezo para convertirse en cómplice y corresponsable de la difusión de los principios liberales y seculares. Esto ha sucedido en la Iglesia Católica a través de la revolución permanente inaugurada por el Concilio Vaticano II, que ha subvertido completamente toda la “jerarquía de valores” al desplazar arbitraria e ilegítimamente el centro de gravedad del cuerpo eclesial de Dios al mundo, de Cristo al hombre. Esta revolución, al afirmar que quiere volver a darle centralidad del hombre, a sus derechos y a su “dignidad infinita”, niega en consecuencia la centralidad de Dios y Lo confina a la esfera privada de la conciencia del individuo, desplazando así a Nuestro Señor de su señorío universal y, de hecho, privando incluso a la Iglesia docente de su autoridad. En el momento en que el ejercicio de la autoridad del Papa y de los obispos encuentra su legitimidad en el consentimiento de los fieles, no actúan más como vicarios de Cristo (que desde lo alto les confiere el sagrado poder de pastorear Su rebaño), sino que se convierten en meros representantes de un mandato “colegial” o “sinodal” (que por lo tanto proviene de abajo). Es evidente que tal autoridad se vuelve autorreferencial y sin límites, en consecuencia, esencialmente tiránica.
La afirmación de que la Iglesia debe ser democrática y que los laicos pueden o deben participar en su gobierno es obviamente una mentira colosal: no solo porque esto contradice la estructura monárquica que Nuestro Señor le dio al fundarla sobre Pedro, sino también porque detrás de la acción subversiva de sus promotores se esconde la inconfesable determinación de destruirla, golpeándola en su corazón, es decir, en el Papado.
En la loca ilusión de poder destruir la Iglesia Católica, sus enemigos saben bien que el modo más eficaz no es confiar a una multitud lo que uno solo puede hacer mejor, sino por el contrario poder contar con una autoridad corrupta y pervertida, que abusa del poder del que goza ilegítimamente para imponer a sus súbditos órdenes que son destructivas en sí mismas.
El primer paso hacia esta autodestrucción de la Iglesia se consumó precisamente inculcando en los fieles un sentimiento de inferioridad hacia los que no profesan la Fe, y convenciéndolos de que la Fe está en oposición y contradicción con la Ciencia, como si el Señor no fuera el autor de ambas. Los fieles serían, por tanto, crédulos, soñadores, ilusos que creen en los milagros, en la caída del maná en el desierto, en la curación del ciego de nacimiento o del lisiado, en la multiplicación de los panes y los peces, en la Resurrección de Cristo y en todos esos dogmas que la Iglesia Católica enseña pero que una mente moderna y no oscurecida por la “superstición papista” sabe bien que son sólo metáforas y elaboraciones de la “comunidad primitiva”. Una comunidad de impostores, en la que la necesidad de dar cuerpo a una institución organizada que pueda competir con las demás religiones ha inventado una serie de mitos, en primer lugar la divinidad de Nuestro Señor. Este es, en síntesis, el pensamiento del modernismo que surgió en el siglo XIX, condenado a principios del siglo XX y que penetró progresivamente en la Iglesia hasta imponerse con el Concilio Vaticano II. La visión cientificista -y no científica– de la religión ha convencido al clero y a los fieles que deben considerarse inferiores y merecedores, a lo sumo, de una tolerancia mal disimulada, pero ciertamente no autorizados a defender una Verdad considerada relativa y no universal. En esencia, el diablo tuvo éxito primero en dar el derecho de la ciudadanía al error, y luego en negar ese derecho a la Verdad, reservándolo sólo para el error. La coartada inicial de la libertad para todas las religiones se ha mostrado como lo que es: una guerra sin cuartel contra la única Verdad de Dios por el triunfo de las muchas mentiras de Satanás, príncipe de las mentiras.
Jorge Bergoglio, en continuidad con sus antecesores inmediatos -aunque ciertamente de una manera más inconexa y agresiva- usurpó la autoridad papal para usarla contra su propio fin, porque sólo haciéndose pasar por Papa podría obtener la obediencia inmediata del clero y de los laicos en su plan subversivo. Y son precisamente aquellos que hoy reconocen a Bergoglio como un Papa legítimo, pero se reservan el derecho de resistirlo y desobedecerle en lo que consideran que está en contradicción con el Papado y la Doctrina Católica, los que hacen humanamente irreversible esta situación, en la que quien debería ser el Vicario de Cristo es el principal artífice de la acción disolvente del Papado y de la Iglesia Católica. (Pienso en mis hermanos Burke, Sarah, Mueller, Schneider… que están haciendo un pésimo servicio a la Verdad).
Andrea Caldart: Surge espontánea una pregunta: ¿dónde “subsiste” hoy la Iglesia Católica? ¿Cómo puede existir la Iglesia Católica sin una cabeza visible?
Carlo Maria Viganò: La Iglesia católica no subsiste ciertamente en la Iglesia bergogliana: ciertamente no en el conventículo de cardenales y obispos que secundan y acompañan al tirano por miedo, timidez, interés, chantaje o aquiescencia. Esto bastaría para comprender, en la perspectiva escatológica del fin de los tiempos y de la persecución final anunciada por las Sagradas Escrituras, el carácter singular y extraordinario de todo lo que está sucediendo en la Iglesia de Cristo. Es por este motivo que no es posible evaluar esta crisis a la luz de las categorías y normas que la Iglesia se ha dado a sí misma para tiempos de relativa normalidad. En este sentido, si no podemos separar materialmente la cizaña del trigo bueno, al menos podemos distinguir la planta mala mientras esperamos que vengan los segadores y la arrojen al fuego.
Andrea Caldart: Muchas personas en el mundo han dicho que se han salvado de las vacunas forzadas gracias a las numerosas intervenciones y denuncias suyas sobre las cosas maléficas y malvadas que los gobiernos han hecho y continúan haciendo para la implementación del Gran Reinicio y del Nuevo Orden Mundial, y dirigiéndose a Usted, preguntan qué pueden hacer hoy.
Carlo Maria Viganò: La farsa de la pandemia, cuyos crímenes y horrores están emergiendo lentamente incluso en los principales medios de comunicación, ha abierto los ojos a muchas personas intelectualmente honestas, incluidos ateos y no católicos. Este despertar de las conciencias constituye ciertamente una oportunidad para acercarse al Señor, en el momento que comprenden la unidad del plan satánico y antihumano del Gran Reinicio y reconocen en él la acción de una mente diabólica que en la destrucción del hombre busca anular la Creación de Dios y la Redención realizada por Nuestro Señor.
Lo que podemos hacer es seguir la exhortación de san Pedro: Resistan firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos y hermanas de todo el mundo están sufriendo lo mismo que padecen ustedes (1Pe 5, 9).
No debemos perder la paz de corazón ni la amistad con Dios ante los acontecimientos que estamos presenciando. Cuanto más poderoso y más cerca del triunfo parece el enemigo, más cerca se vuelve su inexorable derrota a manos del Arcángel Miguel. A nosotros se nos pide que permanezcamos fieles, y que lo hagamos con los medios materiales y espirituales que el Señor nos asegura en los momentos de prueba. Organicémonos en pequeñas comunidades, en las que la Misa de todos los tiempos sea el corazón palpitante de nuestra acción personal, familiar y social. Preservemos a los niños y a los jóvenes, educándolos ante todo en el amor a Dios y a la Santísima Virgen. Demos ánimo a quienes se sienten solos y abandonados, porque la soledad es una de las armas que utiliza el adversario para postrarnos y hacernos caer. Recemos asiduamente el Santo Rosario. Vivamos en la caridad fraterna, bajo la mirada de Dios.
Andrea Caldart: De cara al futuro, ¿cuáles son las prioridades de su misión pastoral y qué mensaje considera fundamental transmitir a los fieles en este momento histórico?
Carlo Maria Viganò: La tarea de un Obispo, es decir, de un Sucesor de los Apóstoles, es resumida por San Pablo (2Tm 4, 1-5): Os conjuro ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos con su aparición y su reino: predicad la Palabra, insistid en todas las ocasiones favorables y desfavorables, convenced, reprended, exhorta con toda clase de enseñanza y paciencia. Porque llegará el tiempo en que ya no soportarán más la sana doctrina, sino que, por ansia de oír, buscarán maestros en gran número según sus propios deseos, y apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Pero tú permanece vigilante en todas las cosas, soporta el sufrimiento, cumple la tarea de evangelista, cumple fielmente tu ministerio. Esto es lo que yo trato de hacer. Esto es lo que haré hasta mi último aliento. Y ruego fervientemente que otros obispos y sacerdotes hagan lo mismo, delante de Dios y de Cristo Jesús, que deben juzgar a los vivos y a los muertos, por su aparición y su reino.
En esta batalla espiritual es indispensable pensar también en el futuro de nuestra sociedad y de la Iglesia. Así, así como en los asuntos del mundo muchos se organizan en comunidades para proveer a las necesidades materiales -por ejemplo, para procurarse alimentos sanos o para dar una educación no ideológica a sus hijos-, así también en las cosas espirituales es necesario organizar una resistencia que asegure sacerdotes buenos y santos que continúen celebrando la Misa y los Sacramentos en fidelidad a la Tradición.
La Fundación Exsurge Domine (aquí) tiene precisamente como objetivo principal promover y apoyar la formación de nuevas vocaciones sacerdotales, en fidelidad a la Tradición y a la Liturgia de todos los tiempos, en el amor a la Iglesia Católica Romana y al Papado.
Traducción al español por: José Arturo Quarracino